Un cronista pictórico capaz de sublimar la ya excelsa belleza de su país. Así es como observamos la nutrida obra de un destacado artista de la escena pictórica chilena.
Javier Molina ha dado vida a un territorio que le resulta visualmente apasionante, utilizando colores vibrantes y técnicas expresivas para capturar la esencia y la energía de la escenografía que despliega en sus obras y sus actores, ambos dispuestos en diapositivas perfectas, dignas de afiches que mezclan pop y realismo mágico. Esta facultad añade un aspecto dinámico y emocionante a su obra, invitando a los espectadores a sumergirse en la belleza, la vitalidad y un estado anímico propio de Chile.
Molina infunde un vibrante tecnicolor en el paisaje, contrarrestando la monotonía y la grisura del entorno urbano contemporáneo. Su enfoque en la vivacidad y la vitalidad de los paisajes ofrece una perspectiva renovada y optimista, con cierto toque de humor, invitando a la reflexión sobre la relación entre la naturaleza y la sociedad moderna. Sin duda alguna, esta última ecuación visual le ha permitido, a través de la consistencia y evolución de su estilo, crear códigos estéticos propios, con la autoridad de un artista que ha permanecido fiel a su mirada.
Resulta curioso observar enormes superficies diariamente abarrotadas por personas, desprovistas de habitantes en sus obras, recreando así paisajes imposibles, insertos en la fantasía de superficies limpias y entornos ideales, libres de la presencia humana, libres del aspecto sucio y caótico de las grandes urbes.
Su capacidad para eternizar estos paisajes no solo en su propia biografía, sino en la de todos los habitantes de Chile, dota de una carga emotiva inconsciente a cada uno de sus trabajos.
Su actividad como pintor y cronista visual es invaluable para comprender y apreciar la historia y la identidad de Chile en el período posterior a los años 90.
La técnica pictórica de Javier Molina muestra una clara influencia de los llamados maestros del realismo en Chile y, a su vez, de aspectos bidimensionales y compositivos de la ilustración. Cada pincelada y detalle contribuye a la profundidad y la intensidad emocional de sus pinturas, que siempre buscan trasladarnos a lugares comunes, a ese hogar visual desde donde desplegamos nuestros guiones.
Su enfoque iconográfico trasciende las limitaciones temporales, creando una estética que va más allá de las fechas y los eventos específicos. El uso único del color y la composición permite que sus pinturas perduren en el tiempo, invitando a los espectadores a sumergirse en un mundo intemporal de belleza y emoción.
La obra de Javier Molina tiene ese poder de transportarnos a través del tiempo y el espacio, como si estuviéramos mirando a través de las diapositivas de un álbum personal. Sus pinturas capturan la esencia y la nostalgia de los paisajes chilenos, rescatando especies, íconos, costumbres y rutinas, evocando recuerdos compartidos y experiencias comunes de personas de diferentes generaciones. Probablemente nos encontremos frente a esa rara especie de artistas, quienes conscientes de la fugacidad de sus vidas terrenales, pretenden eternizar el propio paisaje dando testimonio de una belleza en riesgo de ser olvidada.